Con la llegada de Constantino al poder en el siglo IV d.c. se propugna una política de fortalecimiento de la unidad del Imperio. Dentro de estas líneas de actuación se encuentra la necesidad de unificación religiosa de los territorios romanos donde cristianismo, mitriaismo y una variante oficial monoteísta de creencias al dios Sol de origen sirio, son las más prominentes o las más aptas para la reunificación.
« Y, después de esto, fue a Arabia y se dispuso a atacar a los Hatrenos, una vez que ellos mismos se habían sublevado. Su ciudad no es ni grande ni rica, y el territorio que la rodea está en su mayoría deshabitado y no tiene ni agua —excepto una poca muy mala— ni madera ni forraje. Pero estas circunstancias, que hacen imposible un asedio por un ejército numeroso, y el dios Sol, a quien está consagrada, la mantienen a salvo: porque no fue tomada ni por Trajano ni después por Severo… » Pasaje de la “Historia Romana”. Dion Casio. Siglo III d.c.
Posiblemente, el Sol, sea una de las divinidades de más antigua veneración en Oriente Próximo y así era conocido por “Utu” por parte de los sumerios o nombrado como “Šamaš” por los semitas orientales – En la triada divina acadia junto con Ištar y el dios lunar Sin – , donde tomaba atribuciones de juez y censor moral del mundo. Con la llegada al poder Mesopotamia de los semitas occidentales o amorritas, con el apelativo de ” Sol Primaveral”, [d]Amar.ud, “El joven toro del Sol”, el dios Marduk, patrón de Babilonia, terminará tomando el poder divino del panteón mesopotámico, con algunos avatares, hasta su caída definitiva en el año 484 a.c. con la invasión persa aqueménida, si bien el culto al Sol permanecería ahora bajo una personalidad persa como hijo de Ahura-Mazda, el dios Mithra.
Trasladándonos a la “Creciente Fértil”, ya el siglo I d.c. , el historiador Filón de Biblos afirmaba que desde antiguo en Fenicia se había adorado a un “dios único” con la denominación de “Baal Shamain”, “Señor de los Cielos” y así aparece en multitud de inscripciones púnicas y cartaginesas. La acepción mas antigua que se conoce de éste dios data del reinado del rey Yehimilk de Biblos, siglo X a.c. (KAI 4 ). Existen otras referencias posteriores caso del tratado entre el rey asirio Aššur-ahhe-iddina y el rey Ba’al de Tiro, siglo VII a.c (SAA 2,5 IV:10), apareciendo también en inscripciones en la ciudad sirio-hittita de Karatepe, siglo VIII a.c. (KAI 26 A III 18) y donde parece como “Señor/Creador de la Tierra”o en la versión luvita del texto como “Dios de las Tormentas y de los Cielos” . También fue adorado junto a la diosa de la fertilidad en Palmyra y en las Hamāh y La’ash sirio-arameas, así como en Harrán, Hatra y Dura-Europos.
« Quien borre el nombre de Zakkur, rey de Hamāh y La’ash de ésta estela o cambie su ubicación de éste sitio ó alce su mano contra ella (…) Baal-Shamain, El y Wer, Shamash y Sahar, y los dioses del Cielo y de la Tierra (…) podrían destruirle…» Pasaje de estela aramea. KAI 202 A 3. Siglo VIII a.c. aprox.
Con el transcurso de los años, es probable que hubiera una asimilación entre Baal-Shamain y el dios Hadad/Haddad y estos a su vez con Shamash (J.M. Blázquez) – Haddu/ Hadad, dios semítico oriental, “Señor de las Tormentas” que se conoce desde la época acádica y que habla de un héroe guerrero. Sus supuestas armas fueron custodiadas en el templo de la ciudad de Tuttul hasta el II milenio a.c. – Si bien parece ser que en la época de esplendor de la ciudad de Mari, su templo principal en Terqa acogió el culto principal de Haddad junto a Dagan, Shamash e Ishtar, siendo Shamash el dios principal de Aleppo y Emar en ese tiempo. De igual manera, Van der Toorm nos habla de una posterior general “solarización” de las creencias sirias en la época helenística y que pudieron ser influenciadas por las corrientes “utopías sociales” del siglo II a.c. y Aristónico de Pérgamo. Así, en el templo de Umm-el-Amed figura una mención a Baal-Shamain (KAI 18) y que era conocido como “Zeus megistos keraunios”, “El magnífico y brillante Zeus”, y que posiblemente sea una yuxtaposición de los dioses reseñados como consecuencia de una revisión teológica monoteísta basada en las filosofías mitraistas y neo-platónicas que concluyó en un dios único de carácter solar, creador único del Universo, del que se conoce su culto hasta el siglo V d.c en la ciudad Edessa (Ignacio de Antioquía). Con posterioridad, ya en época de dominación romana, fue seguido en Baalbek, antigua Heliópolis helena, como “Júpiter Heliopolitanus” y donde tuvo uno de sus templo más prominentes, así como en Emesa y Palmyra donde era nominado como “El-Gabal”, “Señor de la Montaña” y que lo vincula a dios “El” y al ” Baal-Safón” semítico , siendo su forma latinizada: “Elagabal”.
Es de anotar que si bien existía un ancestral culto al Sol propiamente romano, la llegada de las creencias hacia el dios Sol sirio a Roma habría que situarlas originariamente en las prácticas religiosas de los esclavos, ciudadanos sirio-romanos y comerciantes que llegaron a la Península Itálica desde Oriente a partir del siglo II a.c., aunque fue con posterioridad, en los tiempos de Séptimo Severo, cuando algunos miembros del senado con ese origen oriental siguieron observando sus nacionales creencias, si bien de forma no pública. Se sabe también que la familia imperial Severa estuvo fuertemente vinculada a Siria, hasta el punto que el mismo Séptimo, así como su sucesores, tenía un fuerte parentesco con la principal familia sacerdotal de Emesa, por lo que el culto a Elagabal, ya titulado como “Dei Solis Invicti Elagabali”, se extendió, adquiriendo gran influencia entre la nobleza romana. Al hilo de éstas creencias, Caracalla, sucesor de Séptimo, en un edicto al pueblo romano expresó su deseo que éste sincretismo religioso, y su fe, fuera universalmente aceptado en Roma. Más fue como el nuevo emperador Heliogábalo, 203-222 d.c., antiguo sumo sacerdote del templo de Emesa, cuando se impuso mediante ordenamiento imperial su culto en Roma, desplazando incluso al dios Júpiter de su dignidad de “Roman Optimus Maximus Capitulinus”.
Muchas de las características básicas de éstas creencias solares nos advierten que se trata de un monoteísmo puro. Así la vinculación entre el dios y el creyente, a diferencia de los generales rituales politeístas, es de carácter privado e íntimo. Existe una promesa hacia el devoto de una gloria celestial a su muerte, siendo estos parabienes de consecución exclusiva de los creyentes que entre ellos tenían la denominación de “hermanos”. Muerte que está acompañada de rituales con una intensa experiencia religiosa y tumultuosas celebraciones de júbilo. Se aceptaba que el devoto poseía un alma pura cuya misión era conseguir una felicidad perfecta y cuyo gozo supremo debía ser trasladado a un plano fuera del mundo material. Otra de las diferencias fundamentales sobre la tradición deítica romana era que el “Sol Invictus” no se presentaba como un ente abstracto y sobrenatural, si no que renacía siempre, en su amanecer, tras combatir contra los poderes demoníacos y de la oscuridad, ejerciendo así de guía espiritual en la victoria diaria de sus adeptos en su particular lucha contra los poderes del mal y como símbolo del renacimiento tras la muerte en espera de la “Luz Eterna”.
Sería de suponer que el culto a Elagábalo desaparecería con la muerte del emperador Heliogábalo, ante su obsesión personal por implantar su credo, pero no fue así. Numerosos textos nos direccionan a que el Sol fue finalmente identificado como “Júpiter Optimus Máximus Dolichenus” y aunque pasó a ser una deidad de segundo rango, el hecho que fuera “tutor” de las legiones romanas desde los tiempos de los Severos, posibilitó la propagación de su culto por todo el imperio. Propagación que se vio favorecida en Asia por su similitudes con el mitraismo persa del que recogería determinados dogmas: Caso del bautismo, la existencia de un Cielo y un Infierno para las almas, su resurrección y Juicio Final, así como la celebración de 25 de diciembre como el día del nacimiento del dios y la consagración del domingo como día sagrado. Más no sería hasta la reforma religiosa de Aureliano, 274 d.c., cuando el culto sincrético y monoteísta al “Sol Invictus” Elagabal fue completamente aceptado por Roma, tomando su credo la liturgia definitiva como “Deus Sol Invictus” y constituyendo las bases para la uniformidad religiosa del Imperio durante los cincuenta años siguientes.
Las primeras creencias del posterior emperador Constantino, 272-333 d.c. en “Deus Sol Invictus” son indiscutibles, más su posterior conversión en el lecho de muerte al cristianismo trajo consigo la pérdida del favor imperial hacia el culto al Sol, aunque se mantuvieron sus creencias definidas como paganas. Tras la muerte Constantino y algunas luchas por el poder capitolino, el nuevo emperador Juliano, 332-363 d.c., rompió con el cristianismo y en lo que se había convertido la política religiosa imperial, volviendo sus devociones hacia un culto solar de fuertes influencias mitraistas que persiguió duramente al cristianismo. En los siglos V y VI , éste culto solar se desvaneció ya definitivamente en Roma por virtud del cristianismo, si bien habría que añadir que los primeros cristianos en sus prédicas hablan de un “Dios Solar” como creador del Sol y “Dios de la Justicia”
.« Esplendor de la Gloria del Padre, Luz de Luz. Fuente de toda luz, Día que iluminas el día. Llenos de fe y confianza, presentimos la dicha de ser iluminados por Aquél que es el esplendor de la Gloria del Padre, a quien teme nuestra alma cuando ha perdido la Gracia. […] Oh Padre, fuente de todas las gracias. Oh hijo, esplendor de la Gloria del Padre, Oh Espíritu Santo, amor eterno de ambos. Oh Cristo, esplendor del Padre, vida y vigor de las almas, en presencia de los Ángeles, te ensalzamos con el corazón y los labios, alternando nuestro canto con sus voces. Concédenos así, Oh Padre de las Luces, por medio de tu Hijo que con el Espíritu Santo, reina y nos gobierna por los siglos de los siglos. Oh Dios, Luces del Cielo y Padre de toda Luz, que con poderío admirable has desplegado la bóveda celeste y la sostienes con tu paternal providencia.» Extracto del himno cristiano “Splendor Paternae Gloriae”, San Ambrosio, 340-347 d.c.
La controversia sobre la sobre la posible influencia del culto a “Deus Sol Invictus” en el Cristianismo continúa, pero no es menos cierto que, y existe una unanimidad en este hecho, que el 25 de diciembre como día del nacimiento de Cristo, en un principio el Día de la Epifanía era el 6 de enero, es una clara evidencia de tal posibilidad. Tampoco se puede obviar que todos los templos cristianos están orientados hacia Levante, al igual que los templos dedicados al culto del Sol y otros no menos significativos: